El día en que los panistas eligieron a su dirigente nacional la nota fue la renuncia de Felipe Calderón Hinojosa. La camarilla que tiene el control del partido (léase Ricardo Anaya, Marko Cortés y Rafael Moreno Valle) ha destruido los canales de democracia interna, explicó el presidente.

Así, en la más aguda crisis de su historia, roto y en el descrédito, se anunció que Marko Cortés Mendoza -alfil de Anaya y negociante de posiciones con Moreno Valle y los gobernadores del PAN- será el nuevo encargado del Comité Ejecutivo Nacional (CEN).

Pero la nota es que Felipe Calderón se va. Y seguramente tras de él se irán otros conspicuos del panismo para fundar el partido político que ya anunció el ex mandatario. Su cálculo es exacto: un alto porcentaje de la actual membresía del blanquiazul atenderá la convocatoria calderonista; la fuerza de la futura organización crecerá a la par del debilitamiento del PAN.

No se avizora otro escenario, porque todo apunta a que el pudrimiento interno de Acción Nacional se agravará, sin espacios para el debate, cooptados los órganos de dirección, anulados por los intereses del “consorcio” (novedosa definición de la nomenclatura panista) que hace, deshace, parte y reparte en el entorno azul.

Lo más grave para los panistas es que el “consorcio” tiene el control de la dirigencia, pero carece de liderazgo. Vaya, ninguno de sus dirigentes tiene el peso moral ni la fuerza política para rencauzar al partido.

Esa falta de liderazgo quedó al descubierto en las elecciones presidenciales (cuando los panistas perdieron el gobierno y perdieron el partido) y se volvió a dibujar en el proceso para elegir dirigente nacional, que no prendió ni a los familiares de los contendientes.

¿Qué nave va a conducir Marko Cortés, entonces? Sólo él sabe, pero lo que sí parece es que no llegará a buen puerto, que su elección para ocupar la oficina del CEN azul puede terminar en tragedia, cuando dentro de dos años pida licencia al cargo para salir a competir por la candidatura al gobierno de Michoacán, su verdadera ambición.

Aquí se queda… ¡aquí entre nos!

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