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José Cacho – Pátzcuaro, Michoacán

Hasta una hora o más tardaron los automovilistas en la ciudad vecina de Pátzcuaro en cargar combustible a sus sedientos automoviles, en la única gasolinera que aún tenía servicio en ese poblado el pasado sábado.

Eran las 7:00 de la tarde. Los vehículos rondaban por el pueblo mágico. Algunos ya desesperados formaban ya un desfile por toda la ciudad, pues la mayor parte de las gasolineras ya lucían cerradas y apagadas, pues su fuente se había secado.

Los rumores apuntaban a que la estación más pequeña del pueblo, localizada en la colonia de El Cristo, era el único oasis en la zona, pero para llegar hasta ese punto debiamos rodear la llegada de los Reyes Magos a la ciudad, que inundaba el recién renovado centro de la ciudad.

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Tras media hora de embotellamiento, provocado por el furor de la Epifanía y los cientos de niños que abarrotaban las calles del corazón de Pátzcuaro, tras cruzar calles, topes baches y cuanta gente se atravesó, la pequeña estación, por la avenida que va al Panteón del Cristo, en la misma colonia se asomaba.

Había dos filas, en diferente dirección, en la calle del humilde empedrado, entre taxis, combis, carros y camionetas particulares. El caos vehicular creaba un microcosmos entre los automovilistas que nos veríamos las caras durante una hora y más, para defender la posición y que nadie se metiera en la fila.

Tras los primeros 10 minutos, la fila en que nos encontrábamos nada avanzaba, mientras que la fila contraria avanzaba como riachuelo. En la molestia, uno de mis acompañantes en el vehículo se bajó y fue a ver el desorden: la pequeña estación tenía cuatro bombas y sólo atendían a los de aquella fila.

Entre el relajo, el encargado de la estación bailaba una danza entre los vehículos para movilizarlos. Mi compañero habló con él y, amablemente, entre su desesperación y una casi extinta cordura accedió y la fila nuestra también empezó a avanzar.

Tras 45 minutos el pequeño oasis patzcuarense de gasolina se veía mas cerca, de no ser por aquellos que se metían a la fila, empezando por un taxista. Las rechiflas y mentadas se escucharon junto al sonido del claxon. Se bajan los conductores adelante y atrás de mí. Yo los sigo. Nadie estaba contento tras una hora de espera y más si alguien se quería pasar se listo. Tras recordarle a su santa madre con especial efusividad, el taxista tuvo que irse hasta el final de la fila, no sin antes hacer un relajo vial.

Los últimos 10 metros para llegar a la gasolinera fueron eternos. Algunos se bajaban a comprar algún antojo a la tienda cercana, mientras otros platicaban con otros chóferes o con amigos que se encontraron ahí mismo, y unos más aprovechaban para ponerse al tanto en redes sociales o para publicar su descontento en estas.

Era ya la ultima gasolinera en servicio, ¡qué tal si no había gasolina hasta llegar a Morelia! Nadie quería perder su lugar, pues en el carro que íbamos, pensábamos que esto era el comienzo de un futuro al estilo apocalíptico de Mad Max, con gente luchando por gasolina.

Después de una hora, avanzar lento y pensar cuantas teorías posibles del desabasto, nos surtimos de gasolina: lleno hasta el fondo y una persignada para que dure más, por que si en Pátzcuaro ya no había gasolina este sábado, mucho menos en Morelia.

Así el paseo familiar del domingo a Pátzcuaro por unos minutos se vio apagado por la incertidumbre de encontrar gasolina, lidiar entre la larga espera y pelear entre la gente que se metía entre la fila, además que en el recorrido a Morelia, ver gasolineras cerradas y muchas largas filas en otras, reconfortó al comprobar que valió la pena defender el derecho a cargar gasolina ante la crisis de desabasto que vive gran parte de Michoacán.

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