NI PERDÓN NI OLVIDO

Dicen que errar es humano y el perdón, divino. Dicen. Dicen que perdonar es una de las virtudes más humanas y entrañables que podemos ejercer para con el prójimo. Dicen. Dicen que saber perdonar es olvidar la afrenta y aprender la lección. Dicen. Dicen que perdonar es expiar la culpabilidad que se carga por la falta cometida. Dicen. Dicen que hay que perdonar a los que nos ofenden. Dicen…

Pero cuando el perdón es solo retórica, pero cuando el perdón es electorero, pero cuando el perdón es estrategia política, pero cuando el perdón son palabras huecas, sin fundamento, sin cambio, sin arrepentimiento, sin fondo, no hay posibilidad de perdonar la afrenta. Y México está herido de tanto perdón lamentable y tanta sumisión endémica.

Porfirio Díaz, cuando se subió al Ypiranga para exiliarse en Francia, dicen que lloró y pidió perdón desde la borda a los mexicanos que los despedían en el puerto de Veracruz. José López Portillo, el 1 de septiembre de 1982, en su sexto y último informe de gobierno, dijo: “A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón que he venido arrastrando como responsabilidad personal”. Tras ello, soltó unas lágrimas. También comentó que “soy responsable del timón pero no de la tormenta”. Y lo único que consiguió fue que el pueblo mexicano lo tildara de inepto, de corrupto y como perdón, le ladrada.

México está herido y no es posible perdonar. No podemos perdonar Tlatelolco ni el Halconazo del 10 de julio de 1970; no podemos perdonar las masacres de los años de la guerra sucia, en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, en contra de campesinos e indígenas disidentes. No podemos perdonar Tlatlaya ni Ayotzinapa; no podemos perdonar Acteal ni la represión contra los pobres borrados del INEGI nomás para que las cuentas del gobierno federal sean venturosas. No podemos perdonar el olvido y rezago de estados como Michoacán, Guerreo, Oaxaca y Chiapas…

No podemos perdonar el corporativismo sindical de esta país con una CTM otrora toda poderoso. No podemos perdonar que el narco y el crimen organizado sean un estado sin ley dentro de un Estado donde la ley es letra muerta. No podemos perdonar a políticos que cambian de partido político sin más objetivo que alcanzar la gubernatura de sus estados para seguir saqueando la riqueza de sus entidades. No podemos perdonar las alianzas partidistas contra natura ni a los partidos rémoras que son negocio familiar. No podemos perdonar que seamos rehenes de maestros, de normalistas, de vándalos quienes cobran por no trabajar y atracan ciudades y comercios y carreteras…

No podemos perdonar los “daños colaterales” del calderonismo. No podemos perdonar que a los pobres históricos “ni se les oiga ni se les vea”. No podemos perdonar la corrupción y la arbitrariedad como sistema de gobierno. No podemos perdonar el nepotismo ni el compadrazgo. No podemos perdonar que a los periodistas se les asesina como moscas y que Duarte siga impune. No podemos perdonar los feminicidios ni los crímenes de odio de género ni los crímenes de ajustes de cuentas. No podemos perdonar que existan mexicanos de segunda. No podemos perdonar las mentiras de cada sexenio, de cada político, de cada elección…

No podemos perdonar una dictadura de 88 años disfraza de democracia. No podemos perdonar la transición política del 2000 al 2012 pues fue pan con lo mismo. No podemos perdonar que seamos un país de agachados por hambre e ignorancia. No podemos perdonar una reforma energética, fiscal, laboral, educativa que en lugar de buscar el bien para el país busca la aceptación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). No podemos perdonar a una iglesia católica que es cómplice de silencio y pederastia para mantener su estatus de poder y control social. No podemos perdonar el poder de manipulación de Televisa y TV Azteca para mantener canonjías que no les corresponden…

No podemos. Ya no podemos perdonar.

Hemos perdonado durante los últimos 200 años a tiros y troyanos. No podemos ni debemos perdonar a Agustín de Iturbide ni a Antonio López de Santa Anna ni a Francisco Madero y su espiritualismo; no podemos perdonar a Victoriano Huerta ni a Plutarco Elías Calles y su Maximato perpetuado. No podemos perdonar ya a los políticos del PRI o del PAN o del PRD o de cualquier otro organismo parasitario que solo viven del presupuesto para engrandecer sus bolsillos mintiendo sistemáticamente a la nación que dicen representar, convirtiendo a México en su caja chica.

No podemos perdonar a Enrique Peña Nieto cuando dice que lo de la Casa Blanca de su esposa, Angélica Rivera Hurtado, fue solo un error cuando es un delito flagrante de tráfico de influencias, de corrupción, de fraude.

No podemos perdonar las ofensas una vez más ni poner de nuevo la otra mejilla. Ya no podemos. Ya no debemos.

¿Quieren nuestro perdón? Hagan valer las leyes y que se apliquen a los políticos y sus corruptelas. ¿Quieren nuestro perdón? Que el sistema político mexicano se auto limpie y que la impunidad y la corrupción se castigue con todo el peso de la ley, caiga quien caiga, sea a quien sea.

Para que pueda haber perdón, no son necesarias las palabras, que siempre son huecas y se las lleva el viento. Para que exista el perdón, debe de haber una acción conducente de enmienda a los yerros cometidos.

Ya no queremos perdones. Queremos transformaciones. Si no, ni perdón ni olvido.

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