En el mes de octubre pasado el Gobierno de Michoacán hizo la declaratoria de emergencia por sequía extrema. En consecuencia, se anunciaron algunas acciones para atenuar los efectos económicos y sociales del fenómeno. De hecho, la propuesta fue adjetivada como “Plan Hídrico de Mitigación para la Sequía Extrema 2024”.

Si el 2023 fue un año de sequía extrema y severa para 111 de los 113 municipios michoacanos, la probabilidad de que el fenómeno se repita entre marzo y abril del 2024, según los expertos, es del 80%, lo que incrementa la intensidad de la alarma y la preocupación social.

La propuesta del gobierno indica, entre otros rubros, el de incrementar las Áreas Protegidas hasta las 200 mil hectáreas, dedicar el 25% del Faeispum (Fondo de Aportaciones Estatales para la Infraestructura de los Servicios Públicos Municipales) para la construcción de infraestructura hídrica, cifra que alcanza los 375 millones de pesos.

El único acercamiento de esta estrategia para reconocer que en el fondo de nuestra extrema sequía se encuentra la devastación de nuestros bosques en una cantidad bárbara es la determinación de incrementar las Áreas Protegidas. Cierto que se requiere de infraestructura hídrica, pero sin agua, sin lluvias, la acción técnica no resuelva la cuestión de fondo.

Si bien es cierto que el cambio climático es global y supone múltiples causas, también es muy real el hecho de que la devastación histórica de los bosques michoacanos contribuye de manera decisiva como factor local para que la sequía, la ausencia de humedad y lluvias, configure el fenómeno que nos está abrazando y preocupando.

Tan sólo en el 2022 Michoacán perdió 27 mil hectáreas de bosques por incendios forestales (en su mayor parte provocados); la Conafor en 2020 informó que nuestro estado había perdido en los últimos años la escandalosa cantidad de 1.5 millones de hectáreas de bosques; en febrero de 2022 la Cofom anunciaba que en los últimos 10 años Michoacán había perdido 350 mil hectáreas de bosques; en 2006, el entonces titular de la Cofom, señalaba que en los últimos 15 años, es decir, desde 1991, se calculaba una pérdida de 797 mil hectáreas a causa de los incendios provocados, la tala clandestina y el cambio de uso de suelo.

Si se reconoce que el 70% del territorio michoacano es de vocación forestal y nos hemos dedicado a rapar, a destruir, más de la mitad de esos bosques ¿qué podría salir mal? ¿Acaso se llegó a pensar, o se sigue pensando, que nada habría de ocurrir?, hay todavía quienes se justifican: ¿Qué tanto es un par de hectáreas más?

La crisis por el agua que ya vivimos y que se agudizará en los próximos años está estrechamente relacionada con esta anormalidad ambiental y con la tolerancia a los agentes productivos que arrasan con bosques y la cubierta vegetal. Entender esa relación, no sólo es de sentido común, desde la escuela primaria a la inmensa mayoría se nos ha ilustrado de manera muy didáctica cómo funciona el ciclo del agua.

La ecuación ambiental es muy clara: si faltan los bosques, faltará el agua; si hay bosques, hay agua. Por eso sorprende que en el “Plan Hídrico de Mitigación para la Sequía Extrema 2024” los factores que desencadenaron esta crisis hayan quedado fuera.

Dicho Plan debe incluir como factor determinante para alcanzar el éxito a largo plazo acciones decisivas para frenar de manera urgente, es decir, ya, el cambio de uso de suelo y la recuperación calculada con criterios biológicos, ecológicos y sostenibles, el porcentaje necesario de las miles de hectáreas que se han convertido en desiertos verdes para usos ajenos a la vocación forestal originaria y que han mermado la capacidad de infiltración de agua y como consecuencia la escasez generalizada.

De muy poquito servirán los 375 millones del Faeispum para obra hídricas que colectarán agua para la población, cuando hoy el agua de Michoacán se encuentra privatizada en más de 40 mil hoyas en la franja aguacatera y en las zonas de producción de frutillas.

Para muy poco servirá esta cantidad si se considera la magnitud del problema del agua, que a decir del actual titular de la CEAC, para sanear el 100% del agua que se dispone en hogares y en la industria, se requieren 1,400 millones de pesos, o sea, cuatro veces más de lo que aportará el Faeispum.

Están bien las obras de infraestructura hídrica para lo inmediato, pero en el largo plazo la única salida efectiva y más barata es detener la deforestación y el cambio de uso de suelo y la rehabilitación de bosques, tantos como el buen criterio científico lo recomiende. El agua y los bosques van de la mano, son inseparables, cuando rompemos esa relación como lo hemos hecho en Michoacán, nos aplasta la sequía.

Queremos atacar la sequía, cuidemos y sembremos más bosques. ¿Es tan difícil comprender esta obviedad?

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