Foto: Hola Ciudad

Un minuto de silencio por la libertad de información nacional

Es un triste lugar común. Tan triste como común: México es un país donde la impunidad es la carta abierta para que cualquier criminal, sea de los llamados organizados o de los de cuello blanco o los comunes, quede libre de sus fechorías, sea porque no hay juez ni leyes que los encarcelen o porque ni siquiera se investigan.

México es el país donde el silencio es miedo, donde el silencio es complicidad, donde el silencio son leyes que fungen como letra muerta. México es el país donde la veracidad vale una bala, donde la voz levantada vale un garrote, donde la investigación periodística se nulifica en sí misma pues para qué hacerla si nos van a matar.

El ejercicio periodístico en México sustenta, tristemente, que una nota no vale una vida, así que mejor a levantar boletines; entonces se hace un periodismo cómodo, a tono con el color político vigente en cualquiera de los tres órdenes de gobierno. Un periodismo que se paga para no pegar. Un periodismo de tres varos, para usar la expresión de Andrés A. Solís Álvarez, periodista mexicano y autor del Manual de autoprotección para el periodista.

Claro, afortunadamente hay excepciones. Pero a estas o se refugian en los macromedios para convertirse en intocables o se les asesina cobardemente. No es posible que la Federación Internacional de Periodistas (FIC) ubique a México, en su reporte de 2016, en el tercer lugar con más periodistas asesinados, solo por detrás de Irak y Afganistán, países cuyo clima bélico y de terrorismo es notorio.

En el mismo sentido, Reporteros Sin Fronteras señala a México como el país más peligroso para ejercer el periodismo a nivel latinoamericano, por encima de Guatemala y Honduras; y a nivel internacional, lo posiciona en el número 149 de 189.

En lo que va del siglo, han sido asesinados 103 comunicadores: 25 durante el sexenio de Vicente Fox; 48 durante el calderonato y 30 en lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto. Los últimos tres, en marzo.

Las consignas en protesta por parte del gremio allí están pero mientras el sistema mexicano no haga algo, no hay marcha ni periodicazo ni texto que reivindique que valga la pena. Los periodistas seguirán cayendo como abejas en panal y nada se hace. Los compañeros terminan siendo una estadística del estado fallido en la que hemos estado viviendo desde hace décadas.

Todos los caídos, en esta lucha fratricida que nos envuelve pero que no se acepta ni se asume como errónea, tienen nombre, rostro y familia. Su trabajo era leído, visto y escuchado de manera constante en sus regiones y divulgado por distintos medios. El leitmotiv era su trabajo de profundidad en contra de la violencia, en contra de los delincuentes; su trabajo era a favor de los desposeídos, de los olvidados, de los anónimos, de los marginados, de las víctimas.

Por eso los mataron. Por tratar de hacer visible lo que el sistema criminal mexicano insiste en hacer invisible para que pase desapercibido por la nación. Por eso. Los mataron por hacer su trabajo. Los mataron por hacer periodismo que es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa. Los mataron porque su función fue poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar, como señala Horacio Verbitsky, periodista y escritor argentino, conocido por su militancia por los derechos humanos.

No hay palabras para el dolor. No hay palabras para la resignación. No hay palabras para el coraje. No hay palabras, simplemente no hay palabras.

El trabajo de informar y generar opinión pública se tiene que seguir haciendo. No hay manera de detenerlo. Podrán matarnos pero no callarnos. Por eso, solo mejor un minuto de silencio la libertad de información, que es la verdaderamente agraviada y agredida.

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